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EL FANTASMA DE BERISSO, testimonio real de Penumbria

La historia de “El fantasma de Berisso”, es un hecho real y ocurrió en Berisso, en la provincia de Buenos Aires, Argentina.

Para los que no conozcan, Berisso es capital provincial del inmigrante, ya que a finales del siglo XIX y principio del siglo XX su puerto fue la puerta de entrada que recibió los barcos con los hombres y las mujeres del viejo continente.

Todos llegaron con ilusiones y el deseo de progresar. Al descender de los barcos, la mayoría solo tenía lo que llevaba encima, otros… algunas posesiones, y unos pocos dejaron su legado en la tierra, incluso después de partir de este mundo.

Esta historia… o mejor dicho, este testimonio, llegó gracias a una chica con una percepción muy especial.  Si quieren lo pueden leer o lo pueden escuchar en el siguiente video del Canal Penumbria:

El fantasma de Berisso

Me llamo Ana y tengo 38 años. Si bien nací en La Plata, por una cosa o por la otra, terminé viviendo en Berisso. Hay quienes dicen que cuando uno se muda a esta ciudad ya no sale. Algunos aclaran que es porque les gusta. Por mi parte, estoy cómoda, vivo tranquila… pero no siempre fue así.

Hace unos 10 años, conocí a un chico que, para no exponerlo, le voy a decir Juan. Él trabajaba haciendo turnos de 12 horas, rotativos. La verdad es que teníamos ganas de vernos, de estar juntos y siempre se complicaba por los horarios. Así que decidimos apostar un poco más y juntarnos.

Un día de lluvia me mudé a donde vivía él. Dicen que las mudanzas con lluvia traen buenos augurios. Yo no podría afirmarlo. Esa casa se la habían dado cuando murieron sus abuelos, incluso había varios muebles que eran de ellos y todavía estaban en uso.

Si bien por temas laborales siempre estábamos a destiempo, podíamos pasar los desayunos y las cenas juntos… aunque no fue en el horario convencional.

Las primeras semanas estuvieron cargadas de buenos momentos… pero hubo un tiempo donde todo cambió para mal.

Los turnos que Juan trabajaba de noche yo dormía sola. Antes de acostarme, siempre cerraba todo, incluso las puertas del viejo ropero de la habitación. Era una especie de toc, si quedaba abierta la puerta, no podía dormirme.

El fantasma de Berisso

Una mañana, al levantarme, me encontré con dos de las 4 puertas del ropero abiertas, tranquilamente podía ver toda la ropa de invierno colgada en las perchas. No les voy a mente, me llamó la atención, pero podía ser cualquier cosa. Acá, en Berisso pasan varios micros y las casas tiemblan mucho… yo pensé que había sido eso.

A la noche siguiente, me acordé de lo que había pasado y cerré con fuerza todo, la puerta y las pequeñas bisagras se quejaron por el paso del tiempo. Me acosté y, a los minutos, creo que me dormí. Las noches en esa zona son bastante silenciosas.

Al otro día, cuando Juan llegó temprano, me levanté para compartir unos mates con él. Cuando miré el ropero me asusté. Las puertas volvían a estar abiertas. ¿Habrá sido él esta vez?, pensé.

Se lo comenté, pero me lo negó y tampoco le dio importancia. Por suerte, ese día le tocaba franco y cuando estaba con él no tenía miedo a nada. Menos a una puerta de madera.

Durante la tarde, estaba en la habitación y pasó un micro a toda velocidad, lo primero que hice fue mirar al ropero para sacarme la duda. Tenía muchísimas ganas de que la puerta se moviera, aunque sea unos milímetros… pero no, no pasó nada.

A la noche, Juan se acostó primero y yo me fui a bañar. Cuando fui a la habitación, él ya se había dormido. Me acosté sin hacer mucho ruido. Apagué la luz del velador y me quedé pensando en lo que estaba pasando en la casa hasta que me quedé dormida.

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A la mitad de la noche me desperté. Mejor dicho, algo me despertó. Yo estaba de costado, mi espalda tocaba la de Juan, cada uno estaba mirando para un extremo de la cama. No me quise levantar, tampoco quise mirar para la zona del ropero. Sentía algo ahí. Sentía que me estaban mirando.

Cerré los ojos y me moví para quedarme boca arriba. Por varios segundos, mantuve los ojos cerrados. No quería hablar, por miedo, así que empecé a tocarle con el dedo índice la pierna a Juan, pero él ni se movió. En ese momento volví a escuchar el ruido que me había despertado… era la bisagra de la puerta del ropero. Me angustié tanto que apreté los ojos y me giré lo más rápido que pude para abrazar a Juan. Después… no me acuerdo de más nada.

Ni bien me desperté, miré al ropero y las puertas… como me lo temía… estaban abiertas. Pero, había algo extraño, más extraño que las veces anteriores. Las prendas, que estaban colgadas de las perchas, no estaban acomodadas una al lado de la otra. Algo o alguien había corrido la ropa que estaba colgada, una mitad estaba contra la pared y la otra del otro extremo… dejando en el medio un hueco que mostraba la parte interior del ropero.

Pensé en contarle a Juan todo lo que me había pasado, pero la verdad era que no me había pasado nada. Capaz que estaba sugestionada, asustada o algo por el estilo.

Lo raro de todo esto fue que no sentí más nada por varios días. Todo se mantuvo en una extraña normalidad. Lo malo era que yo estaba esperando que pase algo, ¿Viste cuando se te va el hipo y tu cuerpo todavía siente que va a volver? Bueno, así me sentía yo.

A Juan le volvió a tocar trabajar de noche, cenamos, se tiró un rato en el sillón y a las 12 de la noche se fue a la fábrica. Yo miré una serie y después me fui a la cama. El ropero estaba cerrado. Saqué toda la ropa que estaba sobre la cama, estiré bien el cobertor y me acosté. Me había dormido boca arriba, y me había despertado de la misma manera. Otra vez era de noche y escuché la bisagra del ropero chillar, entre la soledad y silencio.

La respiración se me aceleró tanto que tuve que hacer más ruido del que quería para respirar. Estaba espantada, estaba agitada. Cuando me escuché a mí misma largué el llanto que tenía contenido. Me estiré para agarrar el celular de la mesita de luz pero no lo alcancé. No quería mirar nada. El sonido de la bisagra se calló y yo traté de no hacer ruido para escuchar qué pasaba. Ahí fue cuando sentí cómo alguien se sentaba en la punta de la cama. Lo primero que hice fue encoger los pies, fue tal el movimiento que me choqué las rodillas contra el pecho.

Ante el miedo de que alguien hubiese entrado, abrí los ojos y agarré el celular en un solo movimiento. Lo sacudí, se prendió la linterna y apunté al ropero. Esa vez estaba cerrado. Miré la esquina de la cama y estaba arrugada, como si algo se hubiese apoyado.

Le mandé un mensaje a Juan diciéndole que sentía que había alguien en la casa y en media hora vino a ver qué pasaba. No llamamos a la policía, cuando le conté lo que había pasado me dijo que capaz que lo había soñado. Ahí fue cuando me contó que ese ropero estaba en la casa cuando se la dieron y que, al parecer, era de los abuelos.

Nos quedamos un rato hablando, eran algo así como las tres de la mañana.  Yo me tomé un té y él se tuvo que volver al trabajo.

Me acosté con la luz encendida, pero no dejaba de pensar en lo que había pasado. A los minutos, sin darme cuenta, me dormí.

Antes de que se hiciera de día, volvía sentir que alguien se sentaba en la cama. Yo tenía mis manos sobre la panza… estaba boca arriba. Recordé que estaba la luz encendida y abrí los ojos y lo vi. Era un hombre de unos 85 años, tenía las facciones bien marcadas, era flaco y alto. Estaba parado al lado de la cama pero su rostro alargado estaba sobre mí, mirándome fijo. Sus ojos estaban a unos 30 centímetros de los míos. El hombre tenía poco pelo, uno de sus ojos, el más vidrioso, era más chico que el otro. No parecía tener maldad en su mirada, pero yo no lo quería ahí.

Yo… yo no pude hacer nada, ni siquiera lloré. No me podía mover, no podía hacer nada por el miedo que estaba dentro mío. Cerré los ojos y, sin ser creyente, lo único que me salió, fue pedirle a Dios que me ayudara, que lo saque de ahí, que no quería verlo más. Y en ese segundo sentí que el peso de la punta de la cama ya no estaba.

Volví a abrir los ojos y no había nadie. Me senté y miré el ropero. Las puertas abiertas dejaban ver el hueco entre las perchas corridas. Ahí sí me relajé y me largué a llorar como nunca antes.

Juan nunca se enteró.

El fantasma de Berisso

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Los días y las noches siguientes fueron tranquilas, se podría decir que normales. A la noche no escuchaba nada raro, tampoco se movían las cosas de lugar.

Varias semanas después, el papá de Juan nos invitó a comer a su casa. Yo no la conocía, porque siempre nos juntábamos de mi suegra. Ellos están separados, por lo poco que sé, desde hace varios años.

En el medio de la comida, Juan, en tono de broma le dice a su papá que veo cosas raras en la casa. Ahí pensé que me iba a contar algo extraño, algo del pasado… Pero el hombre no le dio importancia. Ahora entiendo de dónde lo heredó Juan.

Cuando nos estábamos yendo, caminamos por un pasillo lleno de fotos viejas. La verdad que al entrar no le había prestado atención. Entre las imágenes hubo una que me llamó la atención. Era un hombre alto, con una frente pronunciada y un ojo más chico que él otro. Al entender de quién se trataba señalé la foto como un acto reflejo.

Mi suegro me preguntó qué me pasaba y Juan al ver lo que estaba señalando dijo: Ese es mi abuelo. Era Italiano, italiano. Casi no hablaba español y fue uno de los inmigrantes más conocidos en Berisso.

Yo me quedé mirando la mirada del hombre.

Mi suegro siguió contando que de chico siempre dormía con su madre porque él se iba de noche para el frigorífico del Swift. Según su madre, cuando llegaba a la mañana, por más cansado que estuviese, siempre iba hasta la habitación donde dormía mi suegro y sus hermanos, se sentaba en la cama y se los quedaba mirando, le daba tranquilidad ver cómo dormían. Después se iba a su habitación.

Lo único que me salió decir fue “Qué lindo”.

Cuando volvimos a casa, ni tocamos el tema.

Ese día no pude dormir bien… no porque se me apareciera alguien, sino porque no puede dejar de pensar, ¿por qué me visitaba ese hombre a mí?

El testimonio de Ana, claramente transitó por una huella del pasado. Si bien su relato terminó en una pregunta, no siempre vamos a tener las respuestas a todo… mucho menos ante estas situaciones tan especiales.

¿Ustedes qué opinan? ¿El fantasma de Berisso la estaba cuidando?

Los leemos en los comentarios y esperamos sus testimonios. En la descripción tienen todos los datos necesarios para hacernos llegar su historia.

Nos vemos, en el camino.

 

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