Contratapa
El martillo subía y bajaba. El ruido era fuerte, pero Marcelo sabía disimularlo con Black Sabbath a todo volumen; no le convenía que en el edificio escuchasen los potentes martillazos. El brazo derecho se le acalambraba. Él seguía y seguía. El bebé que minutos antes estaba en la mesada, se reducía a un montón de huesos hechos polvo y carne aplastada.
Reseña
Confieso que cuando la gente de Terror.com.ar me hizo llegar este libro no le presté mucha atención. Primero hojeé otro y puse este a un costado. Vaya a saber uno de dónde surgió esa falta de interés en un primer instante, pero grata fue mi sorpresa cuando descubrí que no tenía por qué desestimar la antología de Augusto Dipaola.
Son diecisiete cuentos los cuales no voy a desglosar uno por uno, ya que considero que el libro funciona bien como un todo. Por supuesto sabemos que las antologías tienen “altibajos”, en el sentido de que un cuento nos puede gustar más que otro; pero, en general, el estilo del autor se mantiene en un registro parejo, y por más que hay cuentos con argumentos que podríamos considerar de géneros opuestos o lejanos (por ejemplo, Ex carnicero con La avispa), el resultado general es un compendio con la misma dosis de horror, asco y consternación.
El libro maneja ideas impactantes que no tienen pudor en enfrentar cualquier miedo, por más retorcido que este sea. Sin ir más lejos, la contratapa reproduce el fragmento de un cuento donde se destroza un bebé a martillazos. Con ese antecedente, no tengo que ahondar mucho sobre lo que vamos a encontrar entre sus páginas.
Destaco, a modo de apartado personal, los cuentos Cuchillo (hermosa narración con un protagonista que pasa de la insensatez a la insensatez extrema en menos de una página), Sambayón y sangre (gran relato en donde la obsesión por el helado puedo ser una válvula de escape adecuada… o no), y el que da título al libro, La Sombra (surreal y extraño, genera un clima pesado en todas sus líneas).
En este, su primer libro, Augusto Dipaola muestra un gusto especial por lo tétrico, por lo repulsivo; a la vez que logra, en pocas páginas, delinear personajes y mundos que rozan eso que con total confianza llamamos realidad. Pues bien: a Dipaola le parece que a la realidad le falta un poco de sangre y locura, por eso su libro es una buena opción para contemplarla desde un ángulo mucho más oscuro.
Sobre el autor:
Augusto Dipaola nació en la ciudad de Campana, provincia de Buenos Aires, el 1 de febrero de 1984. Se recibió de periodista deportivo en 2003 y trabajó en algunos medios de comunicación tanto en su ciudad como en Capital Federal. Lo que más disfrutó fue cuando le tocó cubrir San Lorenzo de Almagro, club del cual es hincha, para Radio General Belgrano en 2005 y 2006. Comenzó a escribir ficción a mediados de 2015, luego de deslumbrarse con varios libros de King, Poe y Lovecraft. Un puñado de sus cuentos fueron publicados en La Auténcica Defensa, el histórico diario de la ciudad de Campana. Ha recibido mención de honor en el concurso Rafael Hernández, en Pehuajó, por su relato “Misterio en la casa de César, el escritor”. Y fue seleccionado finalista en el certamen navideño “De amor, locura y muerte”.
Descubrió la literatura de terror gracias a R.L. Stine y a Stephen King, y se acercó al cine estudiando comunicación audiovisual en la UNLP. Hizo talleres de escritura con Leo Batic y Liliana Bodoc, y se formó como bibliotecólogo. En 2014 publica su primera novela, Tierra de Nadie (Ediciones B). Participó de la Colección PDP en la antología de terror Chupacirios (Pelos de Punta, 2015) y de la novela colectiva Peste Rosa (Pelos de Punta, 2016). En 2017 publica la antología Trece Cuentos Inconexos (Textos Intrusos) y en 2018 la nouvelle Los días de Nicolás (La Otra Gemela). Sus últimos trabajos son la novela épica La Daga (Del Nuevo Extremo, 2019), la antología de cuentos de terror One Wild Night (Sello Fantasma, 2019) y la novela El Secreto del Monstruo (Santa Guadaña, 2020), escrita junto a Esteban Dilo. Es maniático del orden, no así de la limpieza, y a la hora de escribir lo acompaña su gata Kima.
