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De escritor a escritor: entrevista a Marcelo di Marco

Conversación con Marcelo di Marco, escritor y formador de escritores, en la que indagamos sobre el terror en el gran panorama político, sobre la corrección política, sobre sus influencias literarias y la colección de libros de cuentos 25 noches de Insomnio, actualmente en publicación.

Francisco Rapalo: En la anterior conversación con Lucas Berruezo tratamos el tema de la influencia del cine en la literatura, cómo hoy se hace imposible separar los imaginarios de una y la otra. Vos, que sos formador de escritores, lo notarás en los más jóvenes, que tienen mucha más butaca gastada que libros en la biblioteca. ¿Qué me podés decir de esta telaraña que se forma entre los medios? ¿Lo notás? ¿Qué influencia tiene el cine en tu obra? 

Marcelo di Marco: Comparto la jugosa opinión que dio mi colega en su entrevista, aunque me permito una pequeña precisión. A mí me recopa que la gente me diga «Te leo, y me parece estar viendo una película». Pero siempre les recuerdo a mis lectores una gran verdad: primero fuimos nosotros, los escritores, los de narrar con palabras que muestren, ocultan y sugieran; después vinieron los narradores en imágenes, los que dibujan con la luz y las sombras. De hecho, D. W. Griffith, el inventor de la gramática fílmica a fines del siglo XIX y principios del XX, para fundamentar el nuevo arte y hacer verosímil el relato en imágenes se basó en la narrativa de Charles Dickens.

Por poner un ejemplo, el close-up, el primer plano, tenía ya su correlato en el cuento y la novela: es la ubicación al comienzo de la oración del nombre del personaje que va a conducir la acción narrativa; también puede ir el pronombre, en caso de que el personaje no tenga nombre, o bien su función en la historia. Imaginemos el comienzo de una película en la que se baja de un jeep, en la sabana africana, un explorador. El hombre se calza los largavistas, y ve cómo un grupo de jirafas discurre por el claro. Al primer plano del personaje calzándose los largavistas le sucede un plano general de las jirafas en cuestión: las jirafas son vistas por el explorador. Eso, insisto, sin la existencia de la literatura jamás podría haberse «leído» como una secuencia, que en una novela o en un cuento se vería más o menos así: «Él se bajó del jeep, y con la ayuda de sus binoculares espió a las jirafas».

Releo lo que acabo de escribir, y me digo que puede sonar como una simpleza. Sin embargo, hay que considerar la tarea ciclópea de Griffith, que tuvo que ingeniárselas para hacer verosímil un primer plano: el espectador de hace más de un siglo pensaba que detrás de la pantalla había gigantes, y que la locomotora se les venía encima. En cuanto al punto de vista estructural, el cuento literario fue a nutrir al largometraje (un único asunto sobre el que pivota la acción). En cambio, la novela fue a parar a la serie.

Para responder a la última pregunta, te diré, Francisco, que el comienzo del último relato de mi reciente libro 25 noches de insomnio 3 es prácticamente una transcripción en palabras de la primera escena de la genial película Huracán (John Ford, 1937). Como bien dijo alguien, el universo de citas me incita.

25 noches de insomnio Marcelo Di Marco

FR: Quizá, si se permite la generalización, se podría decir que en las últimas décadas nos hemos transformado en animales exclusivamente visuales, con los videojuegos, el binge-watching de series, la moda, consumimos de una forma bulímica a través de los ojos. Y no es que se haya dejado de hacer ficción. La mayoría de las narraciones populares ocurren hoy en día en otros medios fuera de los libros. A su vez, la literatura parece vaciarse de historias, sucede en un plano de abstracción y de conceptualidad en el que la búsqueda es que no pase nada. ¿Vos qué diagnóstico harías de la situación actual de la literatura?

MdM: Coincido con vos: hay una relación muy estrecha entre el auge de las películas, de las series y de las historias audiovisuales en general, con el abandono del incomparable placer de la lectura. Yo siempre digo que a la Uber la inventaron los taxistas, sus principales enemigos, y la paradoja se comprende cuando uno piensa en que el mal taxista, el tachero ―vengo tomando taxis desde mi más tierna infancia―, tiene el auto apestando a olor a pata y a pucho, te pone cara de orto si le pedís que baje la radio, te aprieta el botón secreto del reloj para currarte bien currado, te instiga al suicidio contándote lo mal o lo bien que le va con la patrona y con el perro del vecino y con el sobrino drag queen.

Ahora ponete en la piel de un tipo, un hombre común y corriente, que lee en los diarios varias reseñas sobre la última novela ganadora del Gran Premio Universal de la Gran Puta; reseñas por supuesto laudatorias mil por mil: según me han asegurado, ciertas editoriales cuentan con empleados propios apostados en los suplementos culturales. El tipo, con la croqueta bombardeada por la publicidad encubierta, cierra el diario y va a la librería, se compra el libro en cuestión, y ya en su casa empieza a fumarse una insoportable y aburrida sarta de pelotudeces que recorre varilla por varilla el amplio abanico de la corrección política, desde la obligatoria deconstrucción del machirulo hasta la necesidad de volverse tortillera, pasando por la defensa del aborto y de esa monstruosidad que les chiques han dado en llamar lenguaje inclusivo. Y todo sin que pase nada, página tras página, como bien lo señalás.

¿Qué hace el frustrado lector entonces? Larga a la mierda al Gran Escritor ―ese que suele vanagloriarse de no saber si es escritor o no, y de tener “más dudas que certezas”―, y va y se instala la app de Uber. Cambiá Uber por Netflix o Flow, querido Francisco, y la perversa ecuación estará completada: a la tele la inventó el cine “de tesis”, y a las series de hoy las inventaron las Grandes Editoriales.

Al ser humano siempre le encantará que le cuenten historias apasionantes, cuentos y novelas que le pongan los pelos de punta o lo conmuevan hasta el orgasmo sentimental. Y, si no las obtiene del libro, porque las editoriales están dedicadas a otra cosa, las obtendrá de la pantalla, de la pantallota o de la pantallita. Por eso, los autores que se forman y se han formado conmigo ―a muchísimos de los cuales puedo orgullosamente darme el lujo de llamarlos colegas―, y yo mismo, tratamos de escribir historias en las que pase de todo. Y siempre cuidando la armonía y el equilibrio de la narración, lógicamente. No es cuestión de irse tampoco a la otra punta, porque el mero disparate o la acción desmesurada y sin sentido ni belleza son la otra cara del embole y la estupidización.

En lo personal, yo en el relato de terror encontré un formato cómodo para desplegar mi pública y notoria incorrección política, y desde esa plataforma vengo lanzando misil tras misil contra los malditos dogmas que nos legó el marxismo cultural. Ese, el proveniente de los autores de la llamada Escuela de Frankfurt y sus actuales epígonos, es el auténtico “relato hegémonico” que viene destruyendo a la sociedad, y al que conviene aniquilar urgentemente para que el mundo no termine por convertirse en un paraíso de dóciles, susceptibles y erotizados zombis de pañuelo verde y collarcitos y pulseritas de arcoíris.


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FR: Ya que me diste el pie, quisiera conversar un poco más sobre tus últimos libros, 25 noches de insomnio 1, 2 y 3, una serie de colecciones de relatos de horror que fueron saliendo a la luz en estos últimos años bajo el sello de Editorial Bärenhaus. Me gustaría que nos cuentes cómo surgieron esos relatos, si los fuiste produciendo a medida que se publicaban, los recuperaste de algún archivero o una mezcla de las dos cosas. ¿Cómo fue el proceso de armar esas colecciones?

MdM: En 2016, una poderosa editorial contrató a mi esposa, Nomi Pendzik, para que preparara un libro con actividades de Lengua y Literatura destinadas a los chicos de la primaria. Pronto se sumó al proyecto mi hija Florencia, experta en inventar ejercitaciones que despiertan la creatividad en los peques. Las dos debían trabajar sobre cuentos de fantasmas, pero enseguida las ganó la desazón: era difícil encontrar cuentos que respondieran a todas las pautas ―extensión, permisos―, y que además eludieran la “aduana insomne”, como llama Juan Manuel de Prada a los comisarios soviéticos de hoy, destinados a mantener la disciplina y la corrección política de esta granja del Pensamiento Único en que vivimos. En suma, en ninguna de nuestras bibliotecas disponíamos de algo que se pareciera al material solicitado. De modo que, me dije, habrá que inventar un cuento de fantasmas ad hoc, para Nomi y para Florencia. En unos cuarenta minutos escribí en secreto un cuento titulado “El vacío”, que les encantó tanto a mis chicas como a la editorial en cuestión, y que además fue muy bien pagado. Y lo más importante ―lo realmente importante― fue que volví a experimentar el placer de escribir cuentos.

Hacía varios años que no escribía ninguno, pero a partir de “El vacío” no pude parar. Así, sucesivamente fueron apareciendo, por Editorial Bärenhaus, los tres tomos de 25 noches de insomnio, a razón de uno por año y entre 2017 y 2019. Fue como haber cursado una carrera corta. Aunque te cuento una primicia:

sigo sin poder parar con la escritura de cuentos, así que la trilogía devendrá tetralogía.

Ya tengo terminados tres nuevos relatos, que les están partiendo el coco a gente de mi entorno. En cuanto a la estructura de la trilogía original, la enorme mayoría de los cuentos fueron escritos especialmente para el plan en sí. Hay sólo un porcentaje muy exiguo de relatos que yo quería rescatar de libros anteriores, para que no se pierdan, a pesar de que varios de ellos han sido además publicados en distintos sitios web ―amo el papel―. Eso sí: siempre los edito en versiones nuevas, en las que vuelco todo lo que fui aprendiendo durante estas décadas. Hay cuentos que todavía me gustan de El fantasma del Reich (Sudamericana, 1995) y de La mayor astucia del demonio (Zona Borde, 2016), y que no fueron republicados en los tres primeros tomos de Bärenhaus. Pues bien, debidamente actualizado, ese puñado de horrores irá a parar al tomo cuarto de 25 noches de insomnio. En definitiva, y perdón por la involuntaria pompa, este corpus constituirá mi obra completa en cuento: a razón de veinticinco relatos por libro, cien cuentos en total. Una especie de decantado de mis trabajos previos, más una gran cantidad de historias absolutamente inéditas.

25 noches de insomnio

FR: Para cerrar esta conversación, quisiera que nos des tu opinión sobre el estado del arte en el terror. Vos fuiste uno de los pioneros en el país y aún seguís publicando. ¿Cómo ves al mercado editorial al respecto? ¿Más abierto al género? ¿Lees a tus colegas contemporáneos? ¿Qué libro nos recomendarías a los lectores de Terror.com.ar?

MdM: Como no podía ser de otra manera, el arte del terror sigue el ritmo decadente de la a-sociedad que estamos configurando y padeciendo bajo el mandato de una auténtica ingeniería internacional destinada a destruir todo legado, a corromper toda alma, a imponer todo error. Imposibilitado por salir de la manada, despreciando el saber y la tradición, el ser humano de la posverdad se sacó de encima el yugo de los implícitos mandatos sociales ―todos, no sólo los que lo oprimían de verdad―, para ponerse bajo la montura de los explícitos mandatos que en forma de leyes absurdas bajan de los pulcros gabinetes de esta farsa que es la socialdemocracia, herramienta predilecta del Nuevo Orden Mundial. Y todo bajo el signo de la “deconstrucción”, so pena de multa, odio, despido o muerte política. ¿Notaste lo fácil que se ofende hoy la gente, cómo adopta lo peor de la intolerancia para mostrar a cada rato sus credenciales de tipos progresistas y tolerantes?

Hoy todo es light, desmasculinizado, desfeminizado, chirle y descafeinado. Hoy es una falta grave comportarse como un caballero en el colectivo. Hoy cualquiera cree estar hablándote “de frente”, cuando apenas le dan los huevos para mandarte un whatsapp diciéndote lo que tendría que decirte cara a cara. Hoy la gente come con culpa un asado, imaginate. Hoy, según los medios, dejarse los sobacos peludos es un gran logro, como así también pasarte horas mariconeando en la peluquería para que te tallen una barba de enanito de jardín. Leí hace poco que las relaciones sexuales se viven cada vez con más miedo, de tan insípidamente inmaculados que nos han vuelto. Hay feministas que sostienen que el sexo heterosexual es un factor de dominación. “La pareja heterosexual es un factor de riesgo para la vida de las mujeres”. Si no me creés, googlealo y lo encontrarás enseguida. Con semejante bombardeo, cómo no sentirse un opresor por el solo hecho de ser hombre, o cómo no querer buscar venganza siendo mujer ―incluso aunque se “autoperciban” como hombres―. Ergo, las bases del suicidio de la sociedad están implantadas.

Así, en esta alarmante guerra colectiva, nadie termina nada, nadie acaba por amor. Será por eso que las historias de terror actuales que he leído, lejos de estar construidas para terminar tarde o temprano, solamente plantean situaciones que no conducen a nada, narrativamente hablando. Un final abierto es algo muy distinto a un final inexistente, y muchos de los cultores del género parecen olvidarlo. Resulta muy difícil tomar en serio la frase de cierta autora de moda: “No tengo por qué hacerme cargo de la angustia del lector”. Nadie le pide eso, simplemente que termine lo que empezó. Pero hay que reconocer que es muy difícil terminar bien un buen relato, y sobre todo dentro de este género tan poco indulgente, en el que sí o sí tenés que contar una historia y no plantear un mero caso. También noto cierto descuido estilístico en los más jovenes. Pero eso es lo de menos, porque con los años se termina por aprender cómo se trabaja un borrador, cómo se aprovechan los mil trucos que nuestra bella lengua española pone a disposición del prosista, cómo se puntúa y se frasea musicalmente.

El problema, insisto, es estructural. Eso sí: siempre las obras de un autor de terror en serio irán a contrapelo de lo que nuestros amos quieren para “nosotres”; si no, no sería terror, sino apenas un sustito olvidable ―¿viste las pelotudeces que el domesticado de Stephen King empezó a lanzar al mercado después de la era Obama?―. Porque el terror bien hecho siempre será una piña, siempre buscará sacarnos de nuestra zona de confort. Y por eso los oligopolios editoriales le rajan al género, o lo encasillan en los anaqueles con el cartelito infantil-juvenil. No sea cosa que la gilada, amamantada a base de relativismo, descubra ―oh sorpresa― que hay un bien y que hay un mal, y que los dos coexisten en el alma inmortal de cada uno. A ver si encima empiezan a creer en Dios, y consecuentemente a ir a misa, a cerrar su cuenta en Netflix, a luchar contra Soros y sus horrendas instigaciones para legalizar la masacre de inocentes, a militar por un mundo más humano y más justo y a no prestarse al juego usurario de la banca internacional y del consumo ―acciones, desde luego, mucho más transgresoras que encajarse un piercing en el ombligo―.

TallerCyC

En cuanto a recomendaciones, quiero recordarles a los lectores de esta entrevista que nuestros dos máximos autores universales han sido  geniales cultores de lo macabro y del fantástico, aunque las señoras gordas de la cultura oficial no puedan considerarlos desde ese temible punto de vista. Ni siquiera hace falta que los mencione, pero acaso los más jóvenes lo necesiten: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Hablando de jóvenes, por lo que dije más arriba sobre las editoriales llamadas “grandes”, explicito mi apoyo para las iniciativas que está concretando la gente de Muerde Muertos, de De La Fosa o de La Abadía de Carfax, círculo del que soy fundador. Por último, Francisco, muchas gracias por lo de “pionero”, pero sólo vengo montado en hombros de gigantes como Poe, Quiroga, Kafka y Lovecraft: mediante sus obras, ellos me soplan qué debo escribir. Y cómo.


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Sobre el autor

Marcelo di MarcoMarcelo di Marco, según J. R. Fernández de Cano (www.mcnbiografias.com), Marcelo di Marco “es autor de una excelente producción literaria que, sumada a otros muchos trabajos relacionados con el ámbito del arte y la cultura, le convierte en uno de los intelectuales argentinos más destacados de la segunda mitad del siglo XX. En su versatilidad plenamente humanista, ha merecido el reconocimiento unánime de sus compatriotas no sólo por su obra de creación y por sus valiosas reflexiones ensayísticas, sino también por una ingente labor de promoción y animación cultural desempeñada desde sus ocupaciones como editor y docente”. Actualmente Marcelo di Marco dirige la colección Biblioteca Elegida, proyecto editorial lanzado en 2019 por Editorial Bärenhaus y Taller de Corte y Corrección.

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