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El viejo arte de contar historias

Desde tiempos antiquísimos las personas se han reunido para contar historias; alrededor del fuego; en plazas; en cuevas oscuras. Si consideramos que el humano como lo conocemos hoy lleva unos 100.000 años en la tierra, y que la escritura más antigua encontrada tiene unos 5.000 años (el Elamita cuneiforme), nos encontramos con que, aproximadamente, el 95% de las historias alguna vez contadas se perdieron como suspiros en el viento.

Generalmente, en diferentes comunidades, saber contar historias es considerado casi un don. Cuando alguien sabe narrar, nadie se niega a sentarse a escuchar. Por lo común, estas historias son aleccionadoras y pedagógicas. Y esto es más sencillo de conseguir a través del miedo. Los relatos más a mano (y explotados) son los cuentos de los hermanos Grimm, que comenzaron siendo algo muy parecido a las leyendas urbanas. Cabe aclarar que los Grimm no inventaron historias, solo transcribieron relatos orales. Los cuentos casi siempre incluyen niños, no por casualidad, sino por ser las personas más vulnerables que deben ser protegidas. “Caperucita roja” es el ejemplo de que no hay que desobedecer a los padres; “Hansel y Gretel” de que no hay que hablar con extraños; “El granero de Dios” de que no hay que avergonzarse de la familia; etc.

Los cuentos “infantiles” son realmente cuentos para causar miedo (quizás hablar de “cuentos de terror” en esta época es algo pronto). Además, ¿cómo se puede creer que los hermanos Grimm publicaron cuentos infantiles en 1812, cuando aún no existía el concepto de infancia?

Mucho más cercano a nuestros pagos y a nuestra época, nos encontramos con las leyendas urbanas propiamente dicho. En el cono sur son más que conocidas las historias del pompero, el lobizón, la luz mala, etc. Y otras más propias de Buenos Aires como la  chica de la mancha de café, el golem de Once o los fantasmas de la línea A, entre otras. En esencia todos las conocen, con algún detalle más o menos. Y, tal vez, en eso radica la gracia; en la variedad de versiones.

Pero, no hay que olvidar, que hacer una narración oral es un arte. Así como es posible que en un futuro se exponga la escritura a mano en los museos, es posible que se cree la carrera de narrador en las universidades. Contar una historia o leer un cuento de terror, no se basa en la exactitud de los hechos o la correcta pronunciación de las palabras para provocar el miedo, sino en cómo se genera el clima y la tensión a través de la voz y los gestos. El ritmo, la intensidad, la velocidad, la mirada, incluso el silencio son las herramientas a manejar para generar el terror.

A estos fines, les propongo conocer, redescubrir o continuar escuchando a Alberto Laiseca. Escritor argentino nacido en Santa Fe en 1941, criado en Córdoba, en Camilo Aldao, y fallecido en Buenos Aires en 2016. Quienes lo conocen, tranquilamente podrían apodarlo Don Juan Terror, un referente indudable y un narrador inevitable para los que les apasiona el terror; no solo por sus obras, sino por sus programas.

Autor de Los Sorias, novela monumental catalogada por Piglia como la segunda mejor novela argentina después de Los siete locos, y de innumerables cuentos de terror, ciencia ficción y suspenso. Fue conductor del ciclo Cine de terror y del ineludible micro de I.Sat Cuentos de terror. Este micro era muy sencillo y sumamente complejo; todos los viernes, antes del comienzo de la película del horario estelar de las 22hs, Laiseca aparecía en pantalla, sentado, y contaba un cuento; la escenografía, igual de sencilla, era una especie de bodega, con un extractor gigante en el techo que proyectaba sombra sobre el narrador. El programa duraba lo que tardaba en contar un cuento, entre 7 y 14 minutos.

Es poco probable que una persona se asuste mientras lee un cuento de terror, incluso en soledad y en silencio, pero los desafío a buscar ver en YouTube alguno de los micros y querer seguir viéndolos con la luz apagada.

Cuentos de terror con Alberto Laiseca es una cita infaltable para esta noche. Recomiendo dos para empezar: “Una muerte en familia” de Miriam Allen de Ford y “La cabeza de mi padre” del mismo Alberto Laiseca (basado en un hecho real ocurrido en España en 1994).

Otra recomendación son las narraciones de cuentos de E. A. Poe en la voz del actor estadounidense Vincent Price, conocido por sus películas de terror. A pesar de que narra en inglés (van a encontrarlo subtitulado) aprecien el ritmo, el tono de vos y la rima. Les recomiendo comenzar con “El Cuervo”.

Al final, y no menos interesantes, recomiendo un corto animado de Tim Burton Vincent, de 1982. Es la historia de un niño de 7 años que sueña con ser Vincent Price. El corto es un homenaje de Burton hacia el actor y hacia E. A. Poe. De nuevo, la rima en inglés es exquisita. Está invadido de referencias a cuentos de Poe y es una antesala a lo que ocurriría años más tarde con The nightmare before Christmas (o El extraño mundo de Jack).

El terror, necesario, aborrecido y deseado desde siempre, no puede existir por sí solo. Tiene que estar construido por una buena narración. Y la narración no está limitada a la escritura u oralidad, sino que también en el cine existe narración, e incluso en nuestras mentes. Plantéense, ¿por qué nos asusta la oscuridad, si no vemos nada ahí? Ese miedo es nuestra propia narración de terror.

 

La imagen de portada pertenece a http://ajedrez12.com

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